domingo, 27 de enero de 2013

Vitamina T.

Luces. Quizás al principio el temor de la soledad, su frío impregnado entre el pecho y por los brazos, la oscuridad que se extiende alrededor de la inseguridad del campo abierto, pueda abrumar con su gravedad. Pero vale lo suficiente la luz débil de un sueño entre sombras para alentar a los pasos por la cuerda en las alturas.
Llegas, y te sitúas a la espera de que el tiempo consuma los largos minutos antes de que se abra el telón. Una vez dentro, el aire se empieza a condensar del dulce aroma de la ilusión contenida que clama volar.
Con un anuncio en el cielo que exije la total permisión de abrir el alma sin miedos ni restricciones, bailar, saltar, jugar, tal vez soñar, poco a poco van saliendo los jardineros de melodías que brotan desde el interior, dibujando sonrisas hasta en el rostro más nocturno. Las ramitas doradas se empiezan a enredar entre los miembros de tu espíritu y embriagan al corazón de ánimo. ¡Incluso notas como tus pies, independientes de tu cuerpo, se funden con el compás y el ritmo que flota en el ambiente!
Con el brillo en unos ojos que en otro momento fueron apagados por el frío, la emoción se acrecenta cuando por fin, los artistas itinerantes empiezan a hacer malabares con esas melodías que se han arraigado tanto a ti. En ese momento ya no importa que hayas ido desde tan lejos solo a ir a ver a los clowns mágicos, ya que ellos mismos se encargan de hacer desaparecer tu inseguridad e instalar en su lugar una cajita de música que empapa el aire de dulzura y alegría, que te eleva para que puedas hacer cabriolas entre nubes y estrellas, que invade tu cuerpo para que, danzando, te rodeen burbujas multicolor que dentro guardan carcajadas contagiosas.

Y al final, la última estrella brilla, todo se apaga para que las constelaciones reciban con su calidez una danza de vestidos y suave amor. Lágrimas de emoción humedecen los párpados, formando una lluvia de perlas que cae junto al telón.

Los magos de la música, los viajeros que van dejando a su paso un rastro de estrella, los clowns, saltimbanquis que soplan un vendaval de purpurina y dejan tu alma repleta de aquellos sueños de infancia que creías olvidados. Éxtasis y, sobretodo, felicidad.

¿Se puede amar el arte que transmiten unas personas concretas?
Se puede amar a la música que alimenta de sueños brillantes, de narices de payaso, de alegoría a la alegría y al desparpajo, del canto a la libertad y a que los colores pueblen el mundo. Desde luego que se puede.

Caravana que no para, circ de música i amor. Una veu rebel que crida: Benvinguts al llarg viatge!
Gràcies.

"Si un charquito, pequeño, inmóvil, 
pegado a la tierra,
es capaz de reflejar el cielo, 
¿Por qué no puedo yo soñar en grande?

A.

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