miércoles, 23 de enero de 2013

De cómo la vida, desde luego, es sueño.

¡Ay mísero de mí, y ay infelice!
Apurar, cielos, pretendo,
ya que me tratáis así,
qué delito cometí
contra vosotros naciendo.
Aunque si nací, ya entiendo
qué delito he cometido;
bastante causa ha tenido
vuestra justicia y rigor,
pues el delito mayor
del hombre es haber nacido.

Desde las primeras palabras cargadas del vacío doloroso que Segismundo rompe desde su garganta, entró en mí el deseo de protagonizar su papel en una obra.

A modo de bienvenida a este nuevo blog of mine presento, no una reseña, si no una simple y humilde opinión de lo que esta obra ha significado en mis entrañas espirituales.
Impotencia, injusticia, rabia. Creo que son las palabras que mejor pueden definir lo que esta obra hace sentir, esa amarga hiel al fondo del paladar y ese golpe guardado en el puño, brotes de la impotencia.

Hasta cierto punto puedo comprender que el amigo Pedro no se atreviera a abrir sus alas para liberar a su propia obra de las cadenas que la amarraban. Si la Santa Inquisición - haciendo hincapié en la santidad - no hubiera interrumpido el talento de este hombre, hoy no se hablaría de la bondad de Segismundo perdonando a su padre. Se hablaría de la justa venganza y satisfacción de los personajes y lectores cuando Segismundo atravesara el cuello de su padre con una espada, al igual que cuando Clotaldo y Astolfo cubrieran sus años entre barrotes por las graves faltas contra la honra de las inocencias que los amaban. Fuera justicia que Astolfo se pudriera en la cárcel llorando por la traición cometida a Rosaura en su movimiento egoísta, sin compasión ni perdón, así como Clotaldo, el alcaide calzonazos del rey. Ay, si es que hasta me divierte compararlos con la era contemporánea y percatarme de cuántos clotaldos rigen aún este mundo, al servicio de su señoría el tragamillones por la gloria de Dios.

No pretendo asustaros, pues pocas veces suelo alterarme, pero debo deshacerme de esta bilis que me corroe por dentro al tener que leer como injusticias literarias son gravemente aceptadas como tales sin ser tan siquiera cuestionadas por principios éticos. No se trata de buscar venganza carmesí por cada acto a traición que se cometa sobre nuestra persona, pues queda mucho por aprender en las mentes humanas sobre el equilibrio del karma. Pero si algo me enseñó Eru Ryuzaki es que la Justicia no es un Ojo por Ojo, como bien creía su buen compañero el psicótico de la libreta negra. Y desde luego lo que se muestra en esta obra es un amago de final piromusical sobre el cual cae un torrencial que apaga toda sed satisfactoria por parte de los ávidos lectores que necesitan un final feliz para aquellos desdichados que presentan su congoja de la primera a la última página.
De ser yo Segismundo, no habría consentido tal agravio contra mi persona. Es tan entendible su agresividad que, incluso siendo pacifista, mi vena comprensiva empatiza con él. De ser Segismundo, atendiendo a las leyes del bien onírico en las que se asienta, sin embargo, habría impartido mi propia justicia. De ser Rosaura, no habría aceptado jamás la mano embarrada de aquel que me traicionó, sería más conveniente escupir en ella y mandarla al corral con el resto de ese cuerpo inmundo lleno de avaricia, egoísmo y perversión. Sería, desde luego, más feliz sola que malamente acompañada.

Nace el ave, y con las galas
que le dan belleza suma,
apenas es flor de pluma,
o ramillete con alas,
cuando las etéreas salas
corta con velocidad,
negándose a la piedad
del nido que dejan en calma;
¿y teniendo yo más alma,
tengo menos libertad?
Nace el bruto, y con la piel
que dibujan manchas bellas,
apenas signo es de estrellas
--gracias al docto pincel--,
cuando, atrevido y crüel,
la humana necesidad
le enseña a tener crueldad,
monstruo de su laberinto;
¿y yo, con mejor instinto,
tengo menos libertad?
Nace el pez, que no respira,
aborto de ovas y lamas,
y apenas bajel de escamas
sobre las ondas se mira,
cuando a todas partes gira,
midiendo la inmensidad
de tanta capacidad
como le da el centro frío;
¿y yo, con más albedrío,
tengo menos libertad?
Nace el arroyo, culebra
que entre flores se desata,
y apenas sierpe de plata,
entre las flores se quiebra,
cuando músico celebra
de las flores la piedad
que le dan la majestad
del campo abierto a su huída;
¿y teniendo yo más vida,
tengo menos libertad?
En llegando a esta pasión,
un volcán, un Etna hecho,
quisiera sacar del pecho
pedazos del corazón.
¿Qué ley, justicia o razón
negar a los hombres sabe
privilegios tan süave
excepción tan principal,
que Dios le ha dado a un cristal,
a un pez, a un bruto y a un ave?

Claro y conciso reflejo de las ánimas encadenadas a una Gaia transparente para las nuevas generaciones de ser evolucionado que conocen mil veces antes todo lo plástico que lo que le es hermano. Tristes poetas de palabras sepultadas en su interior, pudriendo su corazón con cada paso que dejan atrás en este mundo monocromo.
Somos un sueño distante en la memoria del universo, un fractal sueño insignificante dentro de la caracola que ensancha y empequeñece todo cuanto creemos conocer.

Y no me iré sin antes transcribir aquellos bellos versos que tan bien todos conocéis.

Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
y este aplauso, que recibe
prestado, en el viento escribe,
y en cenizas le convierte
la muerte, ¡desdicha fuerte!
¿Que hay quien intente reinar,
viendo que ha de despertar
en el sueño de la muerte!
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí
de estas prisiones cargado,
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.

A.

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