miércoles, 6 de marzo de 2013

De la ciudad de colores (I)

Quizás hay temas que, estando como está el mundo, es mejor no tocar. Pero, qué demonios, no voy a autoimponerse un boicot a los temas de los que sea que quiero hablar por que la sociedad no sepa comportarse como aquellos adultos que se supone que son.
Cuando era pequeño, esperaba ser mayor para conocer a otros de aquellos seres mitológicos denominados "Adultos", que sabían comportarse, entenderse y comprender. Ahora espero a la vejez, a ver si es en esa edad en la que se llega a todo eso.

El tema a tratar tiene sus bases en mi ya conocido amor por la ciudad de colores en la que mi buena madre me dio a luz. Barcelona, le llaman. Me gusta ese nombre. Y huele a mar.

Debido a la imborrable sed de división del ser humano, tenemos casi la obligación de sentirnos parte de un lugar poniéndonos barreras entre nosotros, lo cual me convierte, a ojos de las demás personas del territorio hispánico, en un nacionalista. Lo cual me parece penoso.

Y todo por remarcar mi enloquecido amor por toda la rica cultura de este precioso trocito del mundo al que llaman Cataluña.
No, no me representa la señera. Tampoco la rojigualda. Me representa, y quizás peco de pedante, toda la riqueza cultural, me siento henchido de orgullo cada vez que delibero sobre que este lugar sea cuna de joyas artísticas.
Quizás me he sobrepasado. No quiero decir que me represente. Es más bien... un sentimiento. Sí, es eso. Un sentimiento de amor y acogimiento por este lugar que es la cuna de una belleza sin igual.

Dalí. Miró. Gaudí. Torres. Verdaguer. Maragall. Guimerà. Zafón. Serrat.
Son solo unos pocos de los nombres que huelen a arte y a mediterráneo, atemporales, inigualables, únicos en su especie.
¿Quién no podría sentirse orgulloso de pasear por unas calles adoquinadas de belleza, pintadas de arcoiris? ¿Y más sabiendo todo lo que han aportado y hecho transmitir tales calles a dichos genios?
Se diría que el dulce aroma del norte catalán aporta un brillo especial en los ojos de aquellos que saben apreciar la sensibilidad de la belleza en su quintaesencia, que el aire que por estos caminos sopla aviva al númen adormecido que vive dentro de todos nosotros, evocando a la necesidad de expresión por todos los medios alcanzables que seres sonrientes y melancólicos son capaces de ofrecer al mundo.

Y ruego no me malinterpretéis de nuevo, sabiendo como están los terremotos nacionalistas en auge cualquiera sería capaz de tacharme como tal. No. Espero que se comprenda en su mayor grado mis intenciones con esta primera parte de mi exposición sentimental hacia la tierra, calles y mar que me han visto nacer y crecer entre sus olas y espirales.

No subestimo al resto de ese territorio con el cual comparto lengua, puesto que me llena de un sentimiento también orgulloso - en su más inocente sentido - el haber compartido ciertas raíces con mis siempre queridísimos Bécquer, Cervantes, Unamuno, Lope, Garcilaso, Alberti, Galdós, Espronceda...
Apuesto muchísimo por todos aquellos genios del ayer y también del ahora que saben transmitir la mayor de las virtudes que el humano puede crear, tal como es el Arte en todas sus variantes.

Pero, si algo no puedo olvidarme decir es que, siempre que mi alma necesita llenar de dulzura una expresión, esta se convierte en aguamiel transmitiéndose en català.
Doncs no hi ha idioma més dolç.

A.